En revelaciones a Santa María Faustina Kowalska, Jesús le dijo: “Yo deseo que el primer domingo después de la Pascua Florida se celebre la Fiesta de la Divina Misericordia”.
El Señor reveló a la religiosa que hiciese pintar un cuadro con una imagen, en donde Él, con su mano derecha levantada, estaría bendiciendo al mundo y su mano izquierda, apartada un poco de los pliegues de su vestido, dejando ver su corazón, por medio de su vestido, así separado, como procedente de su Corazón brillaran dos rayos que significan la sangre y el agua derramada en la cruz del calvario, cuando fue abierto por la lanza. El rayo rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas y el rayo blanco simboliza el agua que las justifica.
La religiosa había nacido en Polonia, el 25 de agosto de 1905, y después de su vida en la tierra donde pasó haciendo el bien, como Apóstol de la Divina Misericordia, falleció el 5 de octubre de 1938.
Fue beatificada el 18 de abril de 1993 y canonizada el 30 de abril del 2000, por el siervo de Dios Juan Pablo II. El mismo día de la canonización el Santo Padre declaró, el segundo Domingo de Pascua, como el Domingo de la Misericordia Divina, en el mundo entero.
Santa Faustina había escrito en su diario que: “La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina” (Diario, p. 132).
El Señor Jesús dictó esta oración a su mensajera: “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por nuestros pecados y los pecados del mundo entero. Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero” (Diario, 475).
Dios es Amor. Jesús mismo es la Misericordia encarnada y personificada. Aún los pecados más graves, cuando nos arrepentimos y confesamos nuestras faltas, son perdonados.
El único pecado que no se puede perdonar es la blasfemia contra el Espíritu Santo (Mateo, 12, 31-32). Es creer que nuestra limitación, que nuestra debilidad, que nuestro pecado, son mayores que la Misericordia de Dios. Y estamos equivocados. En síntesis, el pecado que no puede perdonar el Señor, es aquél que nosotros voluntariamente, en nuestra obscuridad u obstinación, no permitimos que Él perdone.
Sólo con el poder del Espíritu Santo, estas almas que se condenan ellas mismas en vida, pues no aceptan el ofrecimiento de compasión que viene del cielo, pueden ser llenadas de la gracia del Creador, pero cuando reconocen la propuesta de perdón y de manera libre confiesan que Jesucristo es el Liberador, el Sanador, el Redentor, que ha vencido el pecado y la muerte y que está Resucitado en medio de su pueblo.
En este tiempo de Pascua, estamos invitados, todos los sedientos del Amor y la Misericordia de Jesús, a ir a los manantiales de su ternura para saciar nuestra sed de amor. Así lo expresó Jesús a Santa Faustina: “De todas mis llagas, como de arroyos, fluye la misericordia para las almas, pero la herida de mi corazón es la fuente de la Misericordia sin límites, de esta fuente brotan todas las gracias para las almas”, (Diario, 1190).
Jesús Misericordioso, bendice al mundo entero, que los rayos que salen de tu corazón iluminen nuestra conciencia para que resplandezca en nuestro actuar tu presencia Resucitada y Resucitadora. Anhelamos la Paz, fruto de la Justicia y la Justicia fruto del Amor y el Amor que proviene de ti que nos hace ser misericordiosos.
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